¿Un crimen aislado? El asesinato de Ximena Guzmán y la fragilidad de la seguridad política en CDMX

¿Un crimen aislado? El asesinato de Ximena Guzmán y la fragilidad de la seguridad política en CDMX

El asesinato de Ximena Guzmán Cuevas, secretaria particular de la jefa de Gobierno electa de la Ciudad de México, Clara Brugada, no puede entenderse como un hecho aislado. Este crimen, perpetrado en una de las avenidas más transitadas de la capital y a plena luz del día, es un mensaje que trasciende lo personal: la violencia ya no respeta ni los entornos de poder.

Si bien las autoridades han insistido en que se investigará “hasta las últimas consecuencias”, los antecedentes recientes nos obligan a ir más allá del discurso. Lo ocurrido con Guzmán —una funcionaria pública de perfil técnico, alejada de la farándula política— debe encender todas las alertas, especialmente por el momento político en el que sucede: a días de la elección en la capital más importante del país y en plena reconfiguración de estructuras de poder.

El modus operandi —sicarios en motocicleta, tiros precisos, ruta de escape sin obstáculos— no habla de improvisación. Habla de impunidad funcional. Habla de un aparato que sabe operar con tiempo, recursos y cobertura.

En la narrativa oficial, se prefiere hablar de ajustes de cuentas o robos, pero en un contexto electoral, donde los gabinetes se reestructuran, los intereses económicos se redistribuyen y los liderazgos se consolidan, la violencia adquiere una dimensión política, aunque no se declare como tal.

El mensaje silencioso que deja un asesinato como este

Este crimen ha tocado un punto sensible dentro de las estructuras gubernamentales: la seguridad de quienes forman parte del círculo de confianza de los liderazgos progresistas. No hablamos de un atentado contra una figura polémica ni de un funcionario investigado por corrupción. Hablamos de una mujer técnica, socióloga, con trayectoria en el servicio público, conocida por su discreción y compromiso institucional. ¿Quién querría silenciar una voz como esa? ¿Qué estaba viendo o a quién incomodaba?

En cualquier democracia sana, este asesinato generaría una crisis institucional, no por el nombre de la víctima, sino por el tipo de mensaje que se permite mandar impunemente.

¿Y la estrategia de seguridad?

La Ciudad de México había sido, hasta hace poco, un punto de referencia en contención del crimen organizado. Sin embargo, la fragmentación de cárteles y su infiltración en alcaldías como Iztapalapa, Tláhuac o Venustiano Carranza, ha cambiado la narrativa. La capital ya no es intocable. La seguridad no está garantizada ni para quienes caminan con placas oficiales.

Y lo más alarmante: el silencio. A excepción de Claudia Sheinbaum —quien condenó el asesinato en breve—, la jefa de Gobierno electa y otras figuras de Morena han mantenido un perfil bajo. Lo comprensible en términos humanos (duelo, respeto), se vuelve preocupante cuando se trata de mandar un mensaje político de fuerza institucional. El silencio puede ser leído como miedo.


Conclusión:

El asesinato de Ximena Guzmán no es solo una tragedia personal o un golpe a la administración entrante de Brugada. Es una grieta más en la narrativa de seguridad capitalina. Una señal de que el poder ya no es blindaje, y de que incluso los más cercanos al gobierno pueden ser alcanzados por la violencia.

Ignorar la dimensión política de este asesinato sería un error estratégico. Si este crimen queda sin una investigación profunda, si no se llega a los autores materiales e intelectuales, el costo no será solo para Brugada ni para Sheinbaum. El costo será para toda una ciudad que hasta hace poco creía que sus instituciones eran más fuertes que las balas.

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